miércoles, 22 de marzo de 2017

Aprendizajes...

La vida está hecha de cosas maravillosas, pues, solamente tener esa sensación de sentir el viento o las gotas de una lluvia ligera en el rostro es una hermosa bendición que nos regala el creador. También la vida nos da la oportunidad de crecer y aprender de una manera simple, la manera más simple es desarrollando el oído, o bien, aprendiendo a escuchar a las otras personas en cualquier plano, ya sea personal o profesional. Aprender a escuchar es difícil, porque uno a veces se ahoga en sus propias verborreas y más cuando uno proviene de una cultura como la antioqueña, donde las personas se empeñan en querer demostrar siempre ese tono aventajado y una estirpe que a veces es más una simulación de algo que ni se ha tenido ni se tendrá.

Aprender a escuchar están importante como aprender hablar correctamente para comunicar nuestras opiniones y desavenencias. Cuando uno escucha descubre cosas maravillosas y también aprende a conocer a las personas, pero cuando uno sólo habla y no sabe guardar silencio sólo ve lo que está en la cabeza de uno y se pierde del espectáculo de oír lo simple y lo cotidiano.

En este proceso de aprender a escuchar a los otros, he descubierto una serie de inconsistencias y desentonos que dan risa, si, risa de esa que nos duele el estómago y hasta lloramos. Aprender a oír el murmullo de lo cotidiano no ha sido fácil para mí, pero poco a poco he aprendido a darme cuenta de lo importante que es prestar atención, dejar el celular a un lado y escuchar a quien te habla. En ese proceso de aprender a escuchar he descubierto enseñanzas, prácticas, palabras, etc. maravillosas, pero también un sartén de “palabrerías” que están llenas de inconsistencias, descaros y abusos con la palabra para darse aires de intelectuales e individuos que se precian por su buen gusto.

Entre esos abusos, recuerdo todo tipo de “palabrerías” que he escuchado, algunas muy buenas que me enseñaron a caminar por la vida y otras no tanto. Otras palabras que me producen cierta sensación no sé si de fastidio, o bien, me producen cierta indignación profesional; por ejemplo, hace como unos 20 años cuando apenas comencé a estudiar bibliotecología escuché a algunos profesores afirmar que las bibliotecas desaparecerían por el Internet, en ese entonces yo me sorprendía, pero no tenía una visión crítica y sólo había leído novelas y casi nada de literatura profesional o esencial para estar al tanto de los avatares académicos. Otros profesores que se creían “sabios” hablaban de las maravillas del Internet y cómo todo estaba ahí disponible para todos. Sin embargo, para mi sorpresa hoy escucho todavía afirmar que las bibliotecas van a desaparecer y me preguntó ¿cómo alguien puede afirmar semejante burrada? Parece que estamos llenos de asnos que sólo rebuznan y que ni siquiera se toman la molestia de hacer una revisión de literatura seria y cuidadosa para justificar semejantes indolencias.

Así, como aún hay personajes que dicen o aparentan ser “cultivados”, pero a pesar de sus ínfulas tienen la desfachatez de afirmar semejante estupidez, pero parece que no conocen que eso mismo dijeron hace décadas del teatro cuando apareció el cine; no obstante, el teatro sigue vigente y hasta escuelas para estudiar teatro existen, también lo afirmaron con la radio, porque con la televisión desaparecería, pero sigue más viva y vigente que cuando llegó a Colombia. Como estos hay muchos ejemplos. Por eso señores profesionales es bueno desasnarse antes de hablar atropelladamente y sin que nadie lo callé a uno, por supuesto es bueno escuchar con atención para no andar hablando sobre lo que no se sabe, porque con tanta verborrea se corre el riesgo de perder vigencia profesional y credibilidad, pues, esos discursos son trillados y carentes de sentido, además sólo dan cuenta de nuestra ignorancia. Es bueno antes de hablar informarse, leer, preguntar y analizar muy bien lo que se quiere transmitir, porque de lo contrario se corre el riesgo de como dicen popularmente “meter las cuatro patas” y no se cometen errores para un segundo, sino para la posteridad, pues, las palabras no se las lleva el viento perduran por mucho tiempo en la mente y el corazón de las personas.

Y por último, las bibliotecas no van a desaparecer están en plena transformación y requieren de toda nuestra atención, algunos “profesionales” con ínfulas de académicos piensan que ser el director de una biblioteca es simplemente una oportunidad para como dice un buen amigo “vender sebo de culebra”, mientras otros piensan que es andar viajando contando historias llenas de recetarios de cocina sin ningún marco teórico que justifique un sartén de idioteces llenas de sinsabores, que particularmente a mí me producen nauseas cuando los escucho.

En fin, así es el mundo lleno de ciegos que creen que el tuerto es rey.

lunes, 13 de marzo de 2017

El dilema de las donaciones en las bibliotecas


Dicen “que por sus libros los conoceréis”, pero ¿a quiénes?, pues, a los que dicen ser intelectuales y que en algún momento de su vida formaron parte de la Academia de Historia de Colombia, Academia de la Lengua, al fin y al cabo, academias en las que priman las relaciones y aristocracias, más que el intelecto y el buen gusto por la cultura y el arte. Esos personajes eran políticos con poder y con ínfulas de “intelectuales”, pero eran más profanos que un bibliotecario, quien solamente ve pasar el tiempo por la ventana de su oficina o sólo espera que lleguen las primíparas para coquetear. Esos “intelectuales” jamás fueron a una librería ni a una biblioteca y muchos menos compraron un libro por medio de Amazon, pues, en aquellos tiempos ni Internet existía. Esos intelectuales recibían los libros que publicaban en el siglo pasado las instituciones públicas en Colombia como Imprenta Nacional, Instituto Caro y Cuervo, Presidencia de la República, Banco de la República etc., después de recibirlos los acumulaban en una hermosa estantería que estaba en un espacio decorado debidamente con escritorio, silla, lámpara y hasta máquina de escribir, o bien, con un computador viejo en un lugar visible de la casa para propios y extraños. El “intelectual” acumulaba todo libro que recibía como obsequio con o sin dedicatoria, pero ese libro jamás fue leído, cosa que puede comprobarse porque es común encontrar esos libros con las hojas sin legajar debidamente en el proceso de encuadernación y lo peor de todo es que cuando se abren esos libros para revisarlos, sino se tiene el cuidado necesario se termina lleno del polvo que recogió ese texto por décadas y en caso de mala suerte no es raro encontrar dentro del mismo bichos y manchas de humedad.  
Entonces uno se pregunta ¿por qué sus familiares donan esos libros a las bibliotecas? Aunque no le he preguntado a ninguno de los familiares de esos “intelectuales” que creen que son descendientes de historiadores, lingüistas, políticos, etc., pero me imagino que por simple ignorancia y desconocimiento sobre qué debe y qué no debe donarse a una biblioteca, talvez nada más por eso. Generalmente los descendientes de esos personajes lo primero que hacen es comenzar a vender los muebles, cuadros, enceres, etc. a tiendas de antigüedades, después ofrecen los libros a las librerías de viejo, quienes se pueden dar el lujo de sugerir el reciclaje para el basurero que acumularon durante décadas, pero los familiares con el dolor por semejante humillación sin poder sacar unos cuántos miles que recuperen el almacenamiento de años, deciden “compartir” esos libros con otros y que mejor llamar a una biblioteca prestigiosa y reconocida en Bogotá para ofrecerlos, porque por lo menos su nombre quedará registrado entre los donantes de una biblioteca prestigiosa.
Es así como el bibliotecólogo que se encarga de recibir, identificar, seleccionar y evaluar las donaciones, el día más inesperado recibe el indeseado recado de que tendrá que recoger una colección de libros en la casa de un “intelectual” que falleció hace algunos años. Para desdicha de ese bibliotecólogo, no puede negarse, pues, el personaje que efectuó la llamada para hacer el ofrecimiento es amigo íntimo de algún directivo universitario, que bien el personaje muy podría llevárselos a su casa para leer con sus hijos. Así, comienza el sufrimiento del bibliotecólogo y del auxiliar de biblioteca que tendrán que trasladarse a recoger los libros, mientras los familiares con una graciosa verborrea tratan de convencer al personal de la biblioteca de la importancia de esa colección, de lo hermoso que se ven los libros rayados con resaltador y el bibliotecólogo se pregunta cómo puede un señor que murió en la década de los 80 y que nació a finales del siglo XIX rayar sus libros con resaltador. El bibliotecólogo solamente escucha al donante, mientras arma cajas, empaca libros y piensa que todos esos textos se irán al reciclaje, pues, el estado, los rayones y los temas de esos documentos no permiten ni siquiera donarlos a otra institución. Al finalizar la recolección, el personal de la biblioteca se lleva las cajas a la institución y comienza a realizar los procesos internos de revisión, listar los títulos, etc. Esas revisiones tardan días o semanas dependiendo del número de títulos que se hayan recibido, así pasan los días del bibliotecólogo hojeando libros viejos, llenos de polvo, hongos, etc. De repente, pasados unos días el bibliotecólogo recibe la orden de devolver la donación, porque el donante prefirió trasladar la basura a otra biblioteca con la justificación “romántica” de que su pariente era egresado de una prestigiosa universidad bogotana que estará muy orgullosa de recibir esas joyas bibliográficas, entonces de nuevo a empacar el basurero en cajas para que sea retirado. Ese momento de devolver la basura es uno de los más felices del bibliotecólogo, pues, no tendrá que perder el tiempo tan inútilmente en revisar títulos de libros que la biblioteca tiene almacenados en depósitos, porque desde hace décadas no se usa. ¿Por qué no se usan? Sencillamente porque el conocimiento se acumulado exponencialmente desde hace décadas, exactamente desde la segunda guerra mundial el avance de la ciencia y la tecnología son imparables. Al parecer ese tipo de cosas no lo saben los herederos de esos personajes, porque sencillamente viven en un mundo de apariencias sociales.

¿Qué conclusión puede un bibliotecólogo extraer de una situación de ese tipo? Simplemente las personas que valoran los libros y que coleccionan joyas bibliográficas por su temática, ilustraciones, encuadernaciones, etc. no los donan tan generosamente como lo hacen esos familiares de “intelectuales” a una biblioteca, solamente en casos excepcionales esas maravillosas bibliotecas personales son donadas y en muchas cosas son vendidas al mejor postor como el caso del archivo y biblioteca personal de Gabriel García Márquez, que lamentablemente fue vendida a la Universidad de Texas en Estados Unidos. Así que por favor antes de donar su biblioteca familiar, personal, institucional, etc. analiza si realmente sus libros son tan valiosos y hágase la pregunta ¿me los llevaría a mi casa? Si la respuesta es no, simplemente véndalos como reciclaje, no los done a la biblioteca. Las bibliotecas son templos del conocimiento, no son basureros.