Dicen “que por sus libros los conoceréis”, pero ¿a quiénes?, pues,
a los que dicen ser intelectuales y que en algún momento de su vida formaron
parte de la Academia de Historia de Colombia, Academia de la Lengua, al fin y
al cabo, academias en las que priman las relaciones y aristocracias, más que el
intelecto y el buen gusto por la cultura y el arte. Esos personajes eran
políticos con poder y con ínfulas de “intelectuales”, pero eran más profanos
que un bibliotecario, quien solamente ve pasar el tiempo por la ventana de su
oficina o sólo espera que lleguen las primíparas para coquetear. Esos
“intelectuales” jamás fueron a una librería ni a una biblioteca y muchos menos
compraron un libro por medio de Amazon, pues, en aquellos tiempos ni Internet
existía. Esos intelectuales recibían los libros que publicaban en el siglo
pasado las instituciones públicas en Colombia como Imprenta Nacional, Instituto
Caro y Cuervo, Presidencia de la República, Banco de la República etc., después
de recibirlos los acumulaban en una hermosa estantería que estaba en un espacio
decorado debidamente con escritorio, silla, lámpara y hasta máquina de
escribir, o bien, con un computador viejo en un lugar visible de la casa para
propios y extraños. El “intelectual” acumulaba todo libro que recibía como
obsequio con o sin dedicatoria, pero ese libro jamás fue leído, cosa que puede
comprobarse porque es común encontrar esos libros con las hojas sin legajar
debidamente en el proceso de encuadernación y lo peor de todo es que cuando se
abren esos libros para revisarlos, sino se tiene el cuidado necesario se
termina lleno del polvo que recogió ese texto por décadas y en caso de mala
suerte no es raro encontrar dentro del mismo bichos y manchas de humedad.
Entonces uno se pregunta ¿por qué sus familiares donan esos libros
a las bibliotecas? Aunque no le he preguntado a ninguno de los familiares de
esos “intelectuales” que creen que son descendientes de historiadores,
lingüistas, políticos, etc., pero me imagino que por simple ignorancia y desconocimiento
sobre qué debe y qué no debe donarse a una biblioteca, talvez nada más por eso.
Generalmente los descendientes de esos personajes lo primero que hacen es
comenzar a vender los muebles, cuadros, enceres, etc. a tiendas de
antigüedades, después ofrecen los libros a las librerías de viejo, quienes se
pueden dar el lujo de sugerir el reciclaje para el basurero que acumularon
durante décadas, pero los familiares con el dolor por semejante humillación sin
poder sacar unos cuántos miles que recuperen el almacenamiento de años, deciden
“compartir” esos libros con otros y que mejor llamar a una biblioteca
prestigiosa y reconocida en Bogotá para ofrecerlos, porque por lo menos su
nombre quedará registrado entre los donantes de una biblioteca prestigiosa.
Es así como el bibliotecólogo que se encarga de recibir,
identificar, seleccionar y evaluar las donaciones, el día más inesperado recibe
el indeseado recado de que tendrá que recoger una colección de libros en la
casa de un “intelectual” que falleció hace algunos años. Para desdicha de ese
bibliotecólogo, no puede negarse, pues, el personaje que efectuó la llamada
para hacer el ofrecimiento es amigo íntimo de algún directivo universitario,
que bien el personaje muy podría llevárselos a su casa para leer con sus hijos.
Así, comienza el sufrimiento del bibliotecólogo y del auxiliar de biblioteca
que tendrán que trasladarse a recoger los libros, mientras los familiares con
una graciosa verborrea tratan de convencer al personal de la biblioteca de la
importancia de esa colección, de lo hermoso que se ven los libros rayados con
resaltador y el bibliotecólogo se pregunta cómo puede un señor que murió en la
década de los 80 y que nació a finales del siglo XIX rayar sus libros con
resaltador. El bibliotecólogo solamente escucha al donante, mientras arma
cajas, empaca libros y piensa que todos esos textos se irán al reciclaje, pues,
el estado, los rayones y los temas de esos documentos no permiten ni siquiera donarlos
a otra institución. Al finalizar la recolección, el personal de la biblioteca
se lleva las cajas a la institución y comienza a realizar los procesos internos
de revisión, listar los títulos, etc. Esas revisiones tardan días o semanas
dependiendo del número de títulos que se hayan recibido, así pasan los días del
bibliotecólogo hojeando libros viejos, llenos de polvo, hongos, etc. De
repente, pasados unos días el bibliotecólogo recibe la orden de devolver la
donación, porque el donante prefirió trasladar la basura a otra biblioteca con
la justificación “romántica” de que su pariente era egresado de una prestigiosa
universidad bogotana que estará muy orgullosa de recibir esas joyas
bibliográficas, entonces de nuevo a empacar el basurero en cajas para que sea
retirado. Ese momento de devolver la basura es uno de los más felices del
bibliotecólogo, pues, no tendrá que perder el tiempo tan inútilmente en revisar
títulos de libros que la biblioteca tiene almacenados en depósitos, porque
desde hace décadas no se usa. ¿Por qué no se usan? Sencillamente porque el
conocimiento se acumulado exponencialmente desde hace décadas, exactamente
desde la segunda guerra mundial el avance de la ciencia y la tecnología son
imparables. Al parecer ese tipo de cosas no lo saben los herederos de esos
personajes, porque sencillamente viven en un mundo de apariencias sociales.
¿Qué conclusión puede un bibliotecólogo extraer de una situación
de ese tipo? Simplemente las personas que valoran los libros y que coleccionan joyas
bibliográficas por su temática, ilustraciones, encuadernaciones, etc. no los
donan tan generosamente como lo hacen esos familiares de “intelectuales” a una
biblioteca, solamente en casos excepcionales esas maravillosas bibliotecas personales
son donadas y en muchas cosas son vendidas al mejor postor como el caso del
archivo y biblioteca personal de Gabriel García Márquez, que lamentablemente
fue vendida a la Universidad de Texas en Estados Unidos. Así que por favor
antes de donar su biblioteca familiar, personal, institucional, etc. analiza si
realmente sus libros son tan valiosos y hágase la pregunta ¿me los llevaría a
mi casa? Si la respuesta es no, simplemente véndalos como reciclaje, no los
done a la biblioteca. Las bibliotecas son templos del conocimiento, no son
basureros.
Hola Cristina.
ResponderEliminarMuy interesante entrada. Me da mucha curiosidad y quisiera preguntarte ¿cuál consideras que sería la biblioteca de un profesional en ciencia de la información, que como dices, difícilmente donaría por su valor? ¿Cuáles serían esos libros de nuestra profesión que nunca serían donados porque, como lo mencionas, nadie los donaría?
Un abrazo y gracias por compartir tu texto.
Querido David, buena pregunta. Los que valoran los libros en sus bibliotecas no los regalan tan fácilmente, los venden.
ResponderEliminar